domingo, febrero 18, 2007

La sidra



- Nadie echó nunca la sidra como Llargu de Buscabreiro, nadie ¿sabe usted? Con dos o tres vasos; por delante y por la espalda; hablando con uno como si tal cosa. No hubo nadie como el Llargu.




- Ni quien bebiera más tampoco.




- Cuando levantaba el brazo, pues fíjese, bastante más de dos metros. Aquello se batía como una catarata.


Como una catarata y en solitario. La sidra, igual que el asturiano, es individual, pero requiere compañía para que se aprecie su individualismo. Se bebe en grupo, pero de uno en uno jamás hay dos bebiendo a la vez. No es posible brindar colectivamente con sidra. Cae como la lluvia de Dánae, salpicante, restallando el vaso d eespuma y oxígeno, y se detiene en esa medida no medida que es el culín, justo lo que pide el cuerpo.


Nuestra sidra no es bebida vieja: tan sólo se sabe de ella a partir de 1140, cuando aparece con el nombre de sicera, aunque ya antes algunos documentos hacen referencias a las pomaradas y sus productos. No tiene, como el vino, resonancias bíblicas, ni fue nunca elemento ritual de sacrificio. Tampoco originó refranes ni dichos sentenciosos, ni se cantó en poemas, ni protagonizó fietas dionisíacas, ni tuvo un Anacreonte para su gloria. La sidra es huérfana de dios, echada al mundo sin un Baco que interceda por ella ante los sumos tronos de todas las alegrías, a cuestas con su flojera de adolescente inmaduro, sin gravedad y sin seso. Dicen los expertos que le falta cuerpo; decimos los demás que le sobra espíritu. Dicen los que lo saben que no e smás que la bebida de las regiones que no pueden tener vino. Nos haría ilusión: ¿y por qué no es el vino la bebida de las regiones que no tienen sidra?.


Hay algo de inconsciente emulación masculina en el chorro alto y salpicante que cae en semiparábola desde el orificio de la botella para estrellarse en el vaso. Hay mucho más de ocultos ancestros en el rito de apurar y agotar el culín: cuando el bebedor arroja al suelo el sorbo que resta no lo hace por limpiar el vaso, sino para fecundar de nuevo a la madre tierra y preñarla con el espíritu de una nueva promesa; al menos eso le gusta a uno creer. En la sidra, femenina como el agua y la sangre, todo es tan espiritual que resulta inaprensible por los parámetros habituales, que todo lo miden en magnitudes. Su importancia económica es tan insignificante que hace reir a las grandes estadísticas, su valor alimentario y su capacidad energética son escuálidos, como lo es también su índice alcohólico, y tal vez en esto resida su buena fama. Aquel vate de ingenio ripioso que fue Vital Aza basó en ello su loa cuando quiso convertirse en panegerista de la sidra: Quédese el pernicioso alcoholismo/ para los bebedores imprudentes/ que marchan de cabeza hacia el abismo/ y abusan de alcoholes y aguardientes/ como si tomasen agua de la fuente/ La sidra es panacea, / bálsamo que espíritu recrea/ y da fuerza y vigor al organismo.


Dan ganas de enviárselo a la ministra esa para que se entere.




Luis Díez Tejón.


14 febrero 2007. Diario La voz de Avilés

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